domingo, 27 de agosto de 2017

Bajo el mismo cielo que tú


Bajo el mismo cielo que tú

Relato corto. Género: romance, realismo. 


   El cielo despejado de la playa es muy hermoso. El azul celeste, el blanco y el amarillo se juntan para crear un paisaje de ensueño. La gama de colores es amplia y limpia, tan limpia que te hace olvidar las preocupaciones que puedan haberte atormentado a lo largo del día.
    Cuando era pequeño, solía venir a este lugar; el lugar donde los verdaderos colores del mundo habitan. Palmeras verdes ondeando al viento, arena dorada que se escurre entre tus dedos, olas añiles que van y vienen y gaviotas de ostentosas plumas blancas. Una vez que me sumergía en ellos, cerraba los ojos y recapacitaba sobre el tormentoso camino que me aguardaba cuando creciese. Seguir, no seguir, seguir…No, tenía que seguir. A pesar de mi condición, sabía que había personas maravillosas ahí fuera que estaban impacientes por conocerme. Pensar eso siempre me armaba de valor, y, con determinación, gritaba para mis adentros: « ¡Voy a ser más fuerte que tú, destino! »

   Me gustaría describirte más detalles de este mundo aparte de lo visual, claro, pero resulta que mi limitación física me lo impide. Verás, nací sordo. Esto me llevó a que no pudiese oír las palabras, lo que a su vez me categorizó como sordomudo. Debido a mi discapacidad, desde que tengo memoria me he guiado primordialmente por lo que veo. Es a través de las imágenes que me integro adecuadamente y consigo sentirme mejor. Oh, pero no te preocupes por mí en balde; ya me acostumbré. Si tuviese que sincerarme y revelarte lo que más lamento es que tú nunca podrás llegar a escuchar mi voz y yo nunca podré escuchar la tuya. Me entristece mucho este hecho. Tanto que quisiera llorar ahora mismo…pero, ¡qué digo! No es momento de dejarse arrastrar por la melancolía.
    Para evadirla, te contaré una historia, mi historia.
    Hace mucho, mucho, tiempo, cuando este hombre llorón era apenas un adolescente, conoció a una chica en el lugar donde los verdaderos colores del mundo habitan. Sí, exacto, justo en aquella playa que adoraba. El chico había visto a la joven en otras ocasiones, pero era la primera vez que había decidido acercarse y entablar una "conversación". Aquella chica le agradaba y le parecía que transmitía un aura pura y comprensiva como pocas.
    Antes de que ella pudiese pronunciar palabra, el chico sacó a toda prisa su cuaderno de notas y le señaló la frase que le mostraba a todos los desconocidos:
    « —No puedo oírte o hablarte, soy sordomudo. Aun así, ¿querrías hablar conmigo? »
    La chica se asombró al principio, pero luego sonrió y asintió con aprobación.
    « —Si hablas lento puedo leer tus labios »—le escribió él a continuación.
    De esta manera, empezaron a hablar. Se llamaba Julia y se había mudado hacía un mes a la ciudad. Era amable e inteligente, pero un poco introvertida. Le costaba hacer amigos y, por esa razón, cuando se frustraba o sentía que no podía ajustarse a las expectativas de sus padres y de la sociedad, se escapaba de casa e iba a aquella playa. 

   —Soy débil y temo que cometa un error y me rechacen— le dijo. 
   « —Por muy débil que seas, siempre habrá alguien que te acoja en sus brazos y se alegre de tenerte a su lado »—escribió él, sonriendo. 
   Julia comenzó entonces a reír tímidamente. Su risa era casi mágica, como una sonata de primavera en la estación de verano. Seguro que la musicalidad de las sonatas era igual de bella que su risa.
   «—Me gustaría estar a tu lado y cuidarte. Quiero que llegues a ser feliz y que ambos cometamos errores y aprendamos de ellos. Solo así creceremos, ¿verdad? » El lápiz se deslizó instintivamente por la hoja de cuadros del chico. No obstante, al terminar se paró en seco. ¿En qué pensaba? Nunca podría confesarle un deseo así. Abatido y avergonzado, cerró la libreta. No cayó en la cuenta de que a Julia le podría interesar lo que había escrito ni tampoco que, en un acto de broma, le arrebatase el cuaderno de notas de las manos. A este muchacho tonto no le dio tiempo a reaccionar para nada. Cuando quiso darse cuenta, Julia había sido testigo de su declaración y lo miraba anonadada. Él se ruborizó, desviando su mirada hacia la arena.
   La chica le agarró de la chaqueta para que le prestase atención y viese el movimiento lento de sus labios.
   —¿Te gusto? —le preguntó.
   Con un ademán nervioso, el chico le pidió que le devolviese el cuaderno. Julia lo hizo y él escribió:
   «—Sé que es muy precipitado, por eso antes que nada quiero conocerte y darte todo mi apoyo.  Dime, Julia, ¿te gustaría ser mi amiga? »
   Y ella aceptó. 
   Los días transcurrieron y Esteban y Julia se volvieron amigos inseparables. Una tarde de vacaciones, mientras estaban en una terraza de un restaurante al aire libre, la chica le enseñó una libreta rosa que se había comprado en una papelería. Abrió la primera página y escribió: 
   «—¿Te sigo gustando ahora que has llegado a conocerme mejor? »
Esteban se sonrojó de orejas a cuello, lo que provocó que ella soltase una risilla inocente. Siguiendo su idea e intentando mantener la calma, escribió en su libreta:

   «—Sí, me gustas incluso más que antes. Me pareces una persona increíble. » 
   Después de un silencio que a Esteban le pareció eterno, Julia escribió la que sería la proposición que cambiaría el rumbo de su historia:
   «—A mí también me gustas. Dime, ¿quieres ser mi novio? » 
   El chico llorón, haciendo honor a su apodo, fue incapaz de controlar el torrente de sentimientos que lo embriagaron de improvisto y aceptó con lágrimas en los ojos. Nunca olvidó ese momento en el que, acariciados por la dulzura del otro, dejaron fluir sus emociones, compartiendo su primer beso.
   Oye, pero, "escúchame". Esto aún no ha terminado. Hay algo más que necesito ''decirte''... 
   Necesitas saber algo más.  
   Un minúsculo detalle adicional. 
                                                                           ***
   Permíteme explicarte, hija mía, por qué tu padre ha decidido escribirte esta historia aun cuando no has nacido. La respuesta es simple: porque quiero que te des cuenta de que por muchas penalidades o momentos dolorosos que te traiga la vida, siempre, siempre habrá alguien allá fuera, bajo el mismo cielo que tú, que te aprecie por quien de verdad eres; por tu personalidad, por tu forma de reír, por tus cualidades y por tus defectos.
   Sé fuerte, mi pequeña Ángela, más fuerte que el destino.
   Mi esposa Julia me mira conmocionada. Secándose las lágrimas que corren por sus mejillas y con lenguaje de signos me dice:    
   « —¿Por qué me has obligado a leer esta carta a la niña? Sabes que todavía no puede entendernos. »
   Yo le contesto sacando el viejo cuaderno de notas de mi adolescencia.
   « —Me gustaría creer que puede entendernos. Y, si no, ¡siempre podremos darle esta nota cuando crezca! »
   Los dos asentimos, abrazándonos en el lugar donde los verdaderos colores del mundo habitan.
 

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